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Agapito en un encuentro entre amigos.
La jubilación del maestro: Don Agapito

La jubilación del maestro: Don Agapito

El médico casareño deja de ejercer su profesión tras cuarenta años dedicado a ella

antonio cebrián 'el moreno'

Jueves, 28 de abril 2016, 16:39

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"Un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo" Esto dejó escrito el filósofo francés J.P. Sartre y me viene al pelo para esta reflexión sobre Agapito Gómez Villa, sí, el médico, el hijo de Santiaguino y Felisa La Canela, ése que en Cáceres lo para la gente cada diez metros para saludarlo, que lo he visto yo cada vez que intentamos darnos un paseo sin éxito, es como si fuéramos rodeados de paparazzis.

- Don Agapito ¿Qué tal? mañana tengo que pasar a verlo, no se me acaba de quitar el dolorcino.

- Sin problemas, Julián, mañana vemos que pasa con eso.

Por nacimiento su destino estaba trazado, casi predeterminado, pero se subió al él sin bridas, lo agarró por las orejas, se las retorció y le modificó el rumbo, abandonó muy pronto el tirachinas y el zarapico y se puso a leer como un descosido, se apretó una colección (RTVE) de libros que tenía mi hermano, las extensas bibliotecas de su padre, su tío Félix y su tío Chano no le bastaban. Lo que yo les quería decir, en definitiva, es que él es un claro ejemplo de la frase con la que principio este artículo.

Becado, por aquellos entonces, por el franquismo (las becas se daban a los alumnos sobresalientes, no había otro camino, sólo la meritocrácia), un bachiller plagado de sobresalientes y una, muy bien, aprovechada carrera de Medicina en Salamanca, constituyen los cimientos de mi versátil amigo."¡Qué listo ha salido este joío muchacho de Santiaguino!" repetía mi padre cada vez que andaba por casa, al tiempo que lamentaba que yo tuviera aquellas desastrosas notas. Mis resultados eran proporcionales al tiempo de dedicación: las palomas, los gorriatos, mi perro Lupo, el tirachiñas, las rapaces y la impagable amistad de Jesula, Antequera y Pedro el Yuma me absorbían todo el tiempo, no daba más de sí.

El ejercicio de su trabajo cómo médico se desarrolla en Cáceres, profesión que, en aquella época, estaba en manos de una caterva de seis u ocho médicos de buenas familias.....de toda la vida.. En ese ambiente se abre paso: urgencias, médico de la prisión y, muy pronto, médico de familia, como hoy se conoce. El prestigio y el respeto profesional ni se compra ni se vende, se lo ganó día a día, con aciertos en sus diagnósticos y con la eficacia de sus tratamientos, siempre atento a los avances en su profesión, siempre al día leyendo lo último, no ha dejado que la obsolescencia le alcanzara con la edad, al contrario, la acumulación de experiencia la incorpora con mayor tino en sus prescripciones.

Jamás dejará de ser médico, aunque se jubile, ¡¡¡Que esto es lo que yo les quería decir desde el principio!!! AGAPITO SE JUBILA, después de cuarenta años dedicado a la noble profesión de médico, siendo respetado y querido por todos sus pacientes y el personal en general. Bien, pues este señor del que les vengo hablando, es mi amigo del alma y mi maestro, seguramente la persona que más ha influido en la vida y de la que más he aprendido. Comenzó siendo amigo de mi hermano (Q.E.P.D), pero lo heredé muy pronto, saltó rápido la complicidad, la química se dice ahora. Me dio clases de matemáticas un verano. Me hizo aprender los logaritmos y el Binomio de Newton (no sé qué hubiera sido de mí, en la vida y en la banca, sin estas dos cosas, sobre todo el Binomio de Newton) ¡Vaya tabarra qué me dio con los logaritmos!

Le acompañará hasta la tumba su obsesión por aprender, su curiosidad, la ciencia en general, la biología, la astronomía, la literatura, lo que le echen... Por donde quiera que le tires el balón en esas materias siempre lo coges puesto y alerta, posee una vasta formación literaria y talento para distinguir lo interesante de lo superficial. Escribe en este periódico desde hace treinta años y en su artículo semanal se puede aprender a utilizar los instrumentos del lenguaje. Su técnica es impecable como las de sus maestros Umbral, González Ruano o Manuel Alcántara, no exagero. Inicia sus artículos prometiendo, dando a entender que lo bueno está por llegar, merodeando el tema central con un sortilegio de metáforas que atrapan al lector para que no se distraiga, llevándolo sujeto a la muleta en toda la faena y conduciéndolo hasta un final apoteósico, casi siempre sorpresivo e irónico, a veces desternillante. Todo un maestro.

De algunas cosas no sabe, de economía por ejemplo, la detesta. Sin embargo ha hecho una estética de este desconocimiento, presume de no saber nada del mundo económico y de los personajes que están en él. Pocas veces o ninguna hemos hablado de economía.

Ahora disfruto menos de él que hace unos años, sus queridos hijos, sus nietos (cuatro bandidos maravillosos) me lo han secuestrado, por eso cuando nos vemos se nos amontonan los temas. Mi comadre Felisa, su Felisa, es el complemento ideal de este genio, la que lo centra en tierra a la vuelta de sus firmamentos. Agapito es una obra de Felisa, sin duda, posiblemente ninguno de los dos lo sepan.

- ¿Agapito, qué estás haciendo?

- Estoy escribiendo el artículo.

- Pues ve acabando que tienes que vaciar el lavavajillas.

- Voy cariño.

Por si le faltara algo a este hombre, va y le tocan dos hermanos sobresalientes, Pedro, médico como él, de lecturas exquisitas y de trato amenísimo (se sabe páginas enteras de la obra de Cela), en él se sustancia el equilibrio y la bondad "La mayor expresión de inteligencia del ser humano es la Bondad" (Baudelaire -dixit).

Por si lo anterior no le bastara, tiene a El Negro, mi querido Feliciano, el más autentico de todos, donde Agapito tiene una toma de tierra imprescindible y al que visita semanalmente para atraparle alguna de sus genialidades y que Feliciano dosifica con sabiduría, soltando la cantidad justa. "A mí los chistes cortitos y buenos, no me vayas a poner en un cabrón de un compromiso"

Lo dicho, que a Agapito le debería costar dinero tanta fortuna en esta vida y a mi también por tener el privilegio y el honor de ser su amigo.

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