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Moniqui con su purino.
Moniqui

Moniqui

Yo recibo clases de Moniqui. Yo aprendo mucho con él, aunque no lo imagine.

ANTONIO CEBRIÁN 'EL MORENO'

Jueves, 27 de octubre 2016, 10:46

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Gonzalo Torrente Ballester el profesor y fecundo novelista gallego, que hablaba sujetando un pipo de aceituna entre los labios, comentó en una ocasión, que el mejor castellano lo hablaban las clases populares en Andalucía: "Es el suyo el arte de burlarse de la gramática para que la frase sea más expresiva".

Yo comparto plenamente el punto de vista del autor de Los gozos y las sombras, que de vez en cuando se iba a Sevilla, a la Plaza de la Alfalfa, a enriquecer su léxico, pegando la oreja en las conversaciones que mantenían los vendedores ambulantes de aquel mercado dominguero (galgos, palomas buchonas, perdigones, canarios, periquitos, tortugas, hámsteres....) todo lo que buscaras se encontraba en aquella concurrida plaza. Hablamos de principio de los años 70. He comprado buchones en ese lugar ¡Ay qué tiempos!

Don Gonzalo declaraba en una entrevista hace años: "La riqueza léxica y sintáctica de los andaluces es extraordinaria. En Andalucía están vivas una serie de palabras y de sentencias que han muerto en el resto de España".

Del mismo modo que, el Sr. Torrente Ballester, iba a Sevilla, yo me voy a los poyos de la Virgen del Prado y hablo con mi amigo Moniqui buscando el mismo objetivo: refrescar el léxico de Casar de Cáceres. Nadie como él domina las expresiones más profundas de nuestro pueblo y que yo tengo un poco en desuso por haber vivido años fuera. Ocurre que, para hacerte entender con el resto de los hispanohablantes del mundo, tienes que abandonar el localismo y su léxico más genuino, para hablar ese castellano que nos universaliza, al tiempo que uniformiza la forma de comunicarnos. Lo medios de comunicación, principalmente la televisión, en un trabajo lento, pero constante, están eliminando las singularidades especificas de cada región. Con el tiempo, los 600 millones de hispanohablantes, hablaremos con escasas diferencias, disipando nuestros originales acentos.

Yo recibo clases de Moniqui. Yo aprendo mucho con él, aunque no lo imagine.

--Moniqui: ¿cuántas vacas atiendes ahora?

--Alpiedocienta, me lah ventilo enuna hora.

--¡Coño! ¿Y a qué hora te levantas?

--Yo a lah cinco de la mañana ya no puedo ehtá acohtao. Lo primero que hago cuando pongo loh pieh en el suelo eh encedeé un purino.

Moniqui tiene varios trabajos y con todos cumple como es debido, es una persona con mucha "habeliaá". Siempre está dispuesto a echar una mano a quien se lo pide. Un día me ayudó a podar una encina enorme y lo hizo con gran destreza. Le serví una copina para que no se le quedara la garganta muy seca. En un momento dado, cayó en el vaso un poco de aceite de la cadena del motosierra.

--Coño Moniqui, trae que te cambio el vaso.

--Caaalla, amonomejoaa. Por un poquino daceite... Mah saboo.., notejoe. Trapacá...

Cuando se rasca la cabeza lo hace con la mano abierta y, de paso, aprovecha y se la pasa por la cara con violencia cerrando los ojos. Él no se preocupa de cómo le ha quedado el peinado después de semejante repaso. Le da lo mismo. Se sube constantemente los pantalones, sólo con los brazos, como si no tuviera manos, utiliza las muñecas como muñones. Cuando Moniqui te va a decir algo, se saca el puro de la boca, lo mira unos segundos con el ceño fruncido y te suelta la sentencia. Siempre cargada de razón.

--Moniqui: ¿Qué te parece, que he capao el caballo y cuando ve una yegua sale disparado a por ella?

--¡Toma, toma! eso no pasa naá. Eso eh que la quedao una venina y entovía tiene tiraero.

--Claro, va a ser eso, seguro.

A Moniqui tiene la garganta muy elástica, casi como el cuero de una gaita, pero funciona de forma inversa. Cuando va terminando las frases, el cuello se va hinchando y poniendo rojo y al mismo tiempo empiezan a aparecer venas, tendones y todo el cableado que va del cuerpo a la cabeza. Las frases las dice de un tirón, sin respirar y con voz recia. Todo ello sin quitarse el puro de la boca. A veces temo que se le estalle una arteria y nos ponga perdidos. Deja de hablar sólo cuando se le acaba el aire, en una apnea de un minuto y medio. Con esa resistencia bien podría haberse dedicado al buceo submarino. Entrar en una conversación entre Moniqui, Vicente el Ermitaño y Luis Antequera -alias chaleco- es "una experiencia religiosa" y no entra cualquiera, requiere de una gran destreza y de un bilingüismo que yo he perdido. Ellos se entienden a gran velocidad. Sobre todo Vicente, que es más de gestos que de palabras y el mejor cazador de la provincia -aves, conejos, liebres, ranas, tencas, zorras, jabalíes y toda clase de alimañas existentes-. Yo diría que es el cazador "total". Seguro que si su padre Casto lo viera se sentiría orgulloso de tener un hijo mejor cazador que él, que era un fenómeno y el mejor en su tiempo.

Hace un par de años, el amigo Moniqui se llevo un susto muy grande. Estaba podando una encina en la Jara y comprobó que un helicóptero se acercaba sospechosamente por el horizonte, cuando se puso a su altura, se quedó quieto en un vuelo estacionario, igual que los quicas, a unos quince metros encima de la encina que estaba podando. "¡Caguen la leche joia! ¡Loh der SEPRONA que vienen a por mí!", pensó Moniqui. Con la destreza de un leopardo, se tiró de la encina y comenzó a correr en zigzag para desorientar al helicóptero. El piloto lo siguió con ahínco, pues, solamente quería información sobre la finca de Julio Daza, según confesiones posteriores. Intentó perseguir desde la altura a Moniqui, pero no hubo forma. Con la astucia de un felino, la intrépida fiera, desapareció al cobijo del cauce de un regato lleno de tupida maleza. No hubo manera de encontrarlo. Allí aguantó con el purino en la boca hasta que se fueron.

Días más tarde, ya relajado en la Virgen, me contó lo sucedido muerto de risas.

--¡Tonioooo, caguelalechep..,! Eran del 112, colega, que sa-bian perdio y venían en cata de Julio Daza, que sa-bia cortao en el brazo. Chaaacho, queee lío!

--¿Pero tú no viste que ponía en la barriga del helicóptero 112?

--¡Pi yo qué coño sabia! ¡amonomejoa! ¡me iba yo a poneh a lee dehde la encina, notejoe! ¡El tío trahemi y no tuvo guevo de cojenme!

--¿Y qué hiciste con el motosierra?

--¡Pi qué quiere quiciera! ¡La tiré a tomaporculo, notejoe!

En fin, estimados lectores, para mí es un lujo echar un rato con mis amigos Moniqui y Vicente Pacheco. Todo mi afecto y respeto para gente tan autentica.

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