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El arco de la pirmera cita.
Una adolescencia tortuosa (II capítulo)

Una adolescencia tortuosa (II capítulo)

Cada día veía alejarse más la posibilidad de tener con XXX algún tipo de relación. Su belleza no pasaba desapercibida para los chicos de su edad, incluso mayores.

antonio cebrián 'El moreno'

Sábado, 27 de mayo 2017, 19:41

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Todo quedó despejado el cuarto día cuando XXX, muy seria, me dio un papelito al tiempo que me pagaba el pan. Su contenido no dejaba dudas. No quería nada conmigo. A pesar de que el mensaje me hundió inicialmente, he de confesar que, al mismo tiempo, alivió la zozobra en la que me anegaba los últimos tres días y me hizo dar de bruces con una realidad que me negaba a aceptar. ¡Ya pasó todo! ¡No siente nada por mí! Pero hice lo que debía. No podía estar callado y no expresar mis sentimientos a la joven más bonita de mi pueblo de la que yo me había enamorado perdidamente. Este fue mi consuelo.

Cada día veía alejarse más la posibilidad de tener con XXX algún tipo de relación. Su belleza no pasaba desapercibida para los chicos de su edad, incluso mayores. Era unánime la excelente opinión que toda la gente tenía de ella, no ya en lo físico, sino en lo personal. Era una magnífica estudiante, discreta y muy educada. Yo, sin embargo, era un pésimo alumno, no tenía buenas compañías. Entre mis amigos se competía a ver quién era más atrevido y más salvaje. La condición de rebelde y astuto cotizaba al alza en nuestra pandilla. Realmente estábamos cerca de la fechoría y la delincuencia. Enamorarse era una blandería que no figuraba en nuestro código de conducta.

En aquella época -pleno tardofranquismo- el referente a seguir era el de un hombre duro y aguerrido. Aun a riesgo de que cualquier generalización sea injusta, he de decir que la guerra y la posguerra perfilaron un prototipo de hombre machista, bravo, malhablado, violento y bastante inculto. El romanticismo, la ternura, la delicadeza y el respeto por la mujer eran emociones que restaban hombría a los curtidos hombres de aquella época, que podían ejercer la doble moral de misa dominical y visita periódica al prostíbulo de carretera, sin que ello generara excesivo rechazo social.

En nuestra adolescencia el más pillo era nuestro héroe. De tal manera que se generaba una competición a ver quién hacía más fechoría y decía más palabrotas. Además, el grupo, en una especie de retroalimentación, nos empeoraba individualmente ¡Que importante es elegir buenos referentes en la adolescencia! Salvarse de una inadecuada educación en la adolescencia es un milagro. No éramos lo más recomendable para las jóvenes de buenas familias en aquellos años. Hoy hubiéramos tenido más éxito. Observo con asombro que actualmente triunfan los chicos que son un poco "malotes".

Después de recibir su nota estuve unos días convenciéndome de que lo mejor era desistir. No tenía sentido obstinarse en alcanzar lo inalcanzable, debía dirigir mi atención hacia otros pensamientos que aplacaran el desasosiego en el que vivía.

Decirlo era muy fácil, pero llevarlo a la práctica era una misión imposible. Cada vez que ella entraba en la tahona, mi corazón volvía a las andadas. No lo podía evitar. Su sola presencia desbarataba mis propósitos de olvidarla.

Pasó una semana en la que yo, aunque correcto, me mostraba más serio de lo habitual. Ella, sin embargo, comenzó a estar más sonriente en sus visitas diarias. Seguramente porque pensara que el contenido de su nota me había dejado desolado. Esto, en mí, volvió a reactivar ligeramente la ilusión. Suponía que, aunque no quisiera nada conmigo, el hecho de haberle declarado mi amor debió complacerle. Nadie puede abstraerse completamente a un halago declarado con respeto y eso fue lo que hice exactamente, tratar mis aproximaciones a ella con mucho tacto. De hecho, yo notaba una especie de complicidad maliciosa en su mirada.

Cuando XXX sonreía su cara se transformaba, apareciendo en ella una pícara expresión que me derretía. Esa expresión que tienen algunas personas cuando ríen, que en nada se parecen a cuando están serios, produciéndose una especie de transformismo facial completo, como si la risa no correspondiera al rostro que normalmente portan cuando están serias. Cuando XXX reía sus ojos casi se cerraban, dejándole unas bellas facciones achinadas que adornaba frunciendo la nariz, al tiempo que su labios dejaban ver una dentadura perfecta.

Yo no podía apearme de esa pasión, me dije. De vez en cuando oía decir a mi abuelo algo elemental, pero muy profundo al mismo tiempo, "la vida es muy corta y hay que aprovechar los buenos momentos". Yo no sabía muy bien a qué momentos se refería exactamente, nunca se lo pregunté para no meterlo en un lío, pero, por mi propio interés, dirigía la deducción de sus palabras al terreno que en aquellos momentos me interesaba.

Pasada una semana, XXX, al pagarme el pan, me entregó una nota, que yo, de los nervios, dejé caer al suelo. Los dos, movidos por el mismo resorte, nos agachamos a por ella, provocando un pequeño choque de cabezas, lo que en ambos causó una risa nerviosa poco controlada. Me la guardé en el bolsillo disimuladamente.

No tardé en buscar una excusa para ausentarme un momento y leer precipitadamente su contenido:

"Hola Antonio, te noto muy serio. Me siento un poco culpable de tu disgusto. Me gustaría hablarlo contigo personalmente."

Al igual que en la nota anterior, con esta segunda, volví con mis especulaciones sobre el sentido de las palabras. ¿No quedó claro que no quería nada conmigo? ¿Qué me tenía que explicar personalmente? ¿Le daré tanta lástima que me quiere consolar como a un niño? Yo, aunque loco por ella, tenía mi orgullo, y su consuelo para mi tenía tintes de humillación. El orgullo, en muchos casos, es un mecanismo de defensa ante nuestras inseguridades y por el que hay que pagar, a veces, altos precios. A estas alturas de la vida, lo considero un sentimiento desechable y dañino del que hay que prescindir lo antes posible. A veces se suele confundir con la dignidad y el honor. Estos sí son valores que ennoblecen.

Al día siguiente, en respuesta a su nota, le introduje otra en la bolsa del pan. Estas notas, por su carácter y urgencia, no podían ser muy extensas, solían ser textos muy cortos:

"Hola XXX, yo creo que estoy igual que siempre. No me gusta que tengas penas por mí. Ya se me pasarán. Pero si quieres que hablemos, no sé cómo podemos vernos"

No se demoró mucho tiempo en responderme. Al día siguiente me entregó la respuesta:

"En el arco entre la calle del Santo y la calle Sanguino, a las nueve y media de la noche"

Aprecié el arrojo y la decisión de XXX en vernos y ser ella la que lo propusiera, así como la audacia al elegir el sitio. Empecé a deducir que, en el fondo, yo había despertado su interés.

Ella iba todas las noches a comprar la leche a la calle del Cura. En aquella época, en mi pueblo, no se compraba -quizás no había- leche embotellada. Se compraba directamente a los "lecheros" que se ocupaban de sus pequeñas explotaciones. Una vez en casa se cocía para esterilizarla, en una especie de pasteurización casera.

A las nueve y veinte ya estaba yo en las inmediaciones del arco muerto de miedo. Di una vuelta a la manzana para hacer tiempo. Quedarme por allí quieto como un pasmarote diez o quince minutos podía llamar la atención. De regreso al arco ya estaba allí XXX, ligeramente oculta entre la pared y el carro que unos vecinos tenían la costumbre de dejar allí por las noches.

Auténtico pavor sentía en la medida que me acercaba a ella. Mis piernas temblaba como las de una marioneta de madera ¿Cómo sería el primer intercambio de palabras? ¿Qué le digo...? No hizo falta, fue ella la que disparó primero.

--Hola Antonio, no podemos estar por aquí mucho tiempo. No quiero que nos vea nadie. Si se entera mi padre, con lo que es, no sé lo qué me haría. Bueno...ya te he dicho en el papel que entre tú y yo no puede haber nada. Eres muy chico para mí y mis padres no aceptarían que yo, a mi edad, tuviera novio.

Después de tartamudear unos segundos comencé a hablar torpemente y recuerdo bien lo que le dije, quizás no con las mismas palabras:

--XXX, yo comprendo lo que me dices, pero necesito que sepas lo que me pasa. Yo nunca he sentido lo que siento por ti: sueño contigo todas las noches y de día, no consigo dejar de pensar en ti y ya no sé qué hacer... No soy tan pequeño, voy a hacer catorce años. No puedo pedirte que sientas lo mismo por mí, pero quiero decirte que es imposible que puedas encontrar a alguien que esté tan enamorado de ti...

En ese momento un nudo en la garganta, a modo de congojo, impidió que terminara todas la frases que había ensayado...No me podía permitir llorar y arrastrarme como un reptil...

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