Tareas de extinción de un incendio forestal declarado el pasado verano en la ciudad de Cáceres. :: hoy
Tareas de extinción de un incendio forestal declarado el pasado verano en la ciudad de Cáceres. :: hoy

El monte ya no arde solo en verano

  • Hasta este año, la región no había sufrido un incendio de mil hectáreas en abril, y la Junta anticipa que «si no llueve, la campaña de verano será más larga e intensa de lo normal»

La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) publica a diario un mapa de España con el riesgo de incendios forestales. En el del pasado jueves, Extremadura aparecía con varias zonas coloreadas en naranja (peligro muy alto) y algunas en rojo (extremo). O sea, como en un día complicado de finales de julio. Ese mapa ayuda a comprender por qué dos días antes, el martes 18, el DOE (Diario Oficial de Extremadura) recogía la orden por la que toda la región pasaba de estar en riesgo bajo a medio, una decisión cuya principal consecuencia es que moviliza a los bomberos forestales como si estuviésemos en la época de riesgo alto, con la salvedad de que no se ha incorporado el personal de refuerzo. Un elemento más para completar la foto: entre ese preocupante mapa de la Aemet del jueves y esa publicación en el DOE del martes, está el miércoles, día en el que el plan Infoex dio por controlado el incendio de Jerte, que se llevó por delante 1.015 hectáreas.

Este último dato estimativo se conoce no porque lo haya dado la Junta -se le preguntó a la portavoz, Isabel Gil Rosiña, y no lo dio- sino gracias al EFFIS (Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales), un organismo internacional con el que colaboran tanto el Gobierno central como las autonomías.

A partir de imágenes de satélite, calcula la extensión de las áreas quemadas y pone la cifra y el plano a disposición de cualquiera que tenga una conexión a Internet e interés en el asunto. Probablemente, la Consejería de Medio Ambiente y Rural, Políticas Agrarias y Territorio hará una medición más exacta, encontrará islas sin arder dentro del perímetro -las gargantas y sus alrededores, las zonas de vegetación de ribera y las de piedras, entre otras- y rebajará ligeramente esa cifra oficial, que en cualquier caso, es la culpable de que la comunidad autónoma vaya a cerrar una de sus peores primaveras en lo que a hectáreas quemadas se refiere.

En el primer trimestre de este año hubo en la región 150 incendios, la mayoría conatos (afectaron a menos de una hectárea) y la mitad de ellos en marzo. Dos tercios de la superficie que ha ardido entre enero y marzo se reparten entre los valles del Ambroz, el Jerte y el Tiétar. Y el resto, casi por completo en la sierra de Gata, que esta semana volvió a asustarse con un fuego ocurrido en Villasbuenas. Y hace unas semanas, con otro en Cadalso que obligó a cortar una carretera.

Los 150 incendios

Esos 150 incendios en los tres primeros meses del año son más que en 2014 y 2016 pero menos que en 2015. La causa que explica estas diferencias, no la única pero sí una de las más importantes si no la que más, es la meteorología. Y entre lo más destacable del invierno y el otoño pasados está que han sido más secos de lo normal. «El monte está ahora más disponible para arder de lo que lo estaba en julio del año pasado», resume Francisco Castañares, presidente de Aeefor (Asociación Extremeña de Empresas Forestales y de Medio Ambiente). «Llevamos desde antes de Semana Santa con el combustible forestal grueso listo para arder -añade-, y si a ello añadimos las temperaturas altas y el viento, el resultado es un escenario complicado, especialmente en el norte de la región, pero también en otras zonas, como La Serena, la sierra de Hornachos, la zona de Manchita o buena parte de la comarca de Las Villuercas».

La escasez de precipitaciones que ha marcado esta primavera tiene a los técnicos de la lucha contra los incendios forestales pendientes de las previsiones meteorológicas para mayo y junio. Porque de cuánto llueva durante los dos próximos meses dependerá en gran medida el desarrollo de la campaña de verano, pues a estos efectos, la humedad es tanto o más importante que la temperatura.

Si cae agua en buena cantidad, habrá más combustible fino, que es casi siempre el responsable del inicio de un incendio. El fuego empieza ahí, en el pasto, y no en el tronco de un árbol. Sin embargo, esas lluvias que multiplican el pasto también ayudan a que el combustible grueso -el alimento de los incendios que más dañan el medioambiente- esté más húmedo y por tanto, arda peor. Por contra, si las precipitaciones escasean, habrá menos combustible fino, pero el grueso estará más seco y por tanto, más dispuesto a ayudar a las llamas. En resumen, si llueve mucho en mayo y junio, probablemente en verano habrá más incendios pero con menos posibilidades de ser grandes. Y si llueve poco, habrá menos avisos pero con más opciones de adquirir proporciones preocupantes.

El cambio climático

Casi todo depende de la meteorología, que en los últimos años ha incorporado al puzzle una pieza nueva: el calentamiento global. Es, según Castañares, uno de los motivos por los que tenemos «primaveras y otoños más cortos y veranos e inviernos más largos». «Por esto -continúa-, creo que los dispositivos contra incendios deberían movilizarse no según el calendario establecido, sino en función de cuál es el riesgo en cada momento».

A esto precisamente obedece la declaración de peligro medio, una herramienta recogida en una ley autonómica del año 2004, pero a la que la administración tardó cinco años en recurrir. Costó que hubiera una primera vez, pero desde entonces, ha repetido. En los últimos nueve años, la Consejería ha declarado época de peligro medio en seis. En concreto, lo hizo en 2009, 2011, 2012, 2014, 2015 y 2017.

El dato alimenta la tesis de que algo está cambiando. Y hay una cifra esclarecedora: en 1972 hubo en España 2.194 incendios forestales que quemaron 57.753 hectáreas. En 2012 fueron 15.978 y 216.894, respectivamente. Es decir: en cuatro décadas, el número de siniestros se ha multiplicado por siete y el de hectáreas afectadas, por cuatro, según los datos del Ministerio.

Los números conducen a la pregunta: ¿Por qué? Entre los expertos en la materia está aceptado que hay dos grandes razones. Una es el cambio climático, aunque hay quien considera que este fenómeno está afectando más a América que al Mediterráneo. Y la otra es la despoblación rural. O más bien sus consecuencias sobre el monte, que ha dejado de ser una fuente de ingresos económicos y está descuidado. Esto último lo constataron los responsables de la consejería hace tiempo. Fincas privadas a las que nadie presta atención desde hace años, parcelas repletas de maleza y pinos escuálidos, a razón de varias decenas por metro cuadrado. Densidades que convierten a los bosques en polvorines, y que según la administración, justifica medidas como la reforma legal que permitirá a la consejería entrar en propiedades privadas y limpiarlas sin pedirle permiso al dueño. En mucho casos, más de los que pudiera pensarse, ni siquiera se sabe de quién es el terreno.

Esta realidad es otro argumento a tener en cuenta a la hora de analizar el riesgo de incendio de un monte. Para este verano, las perspectivas a día de hoy no son las mejores. «Podemos pensar que si no llueve, la campaña de verano será más larga e intensa de lo normal», anticipa Pedro Muñoz, director general de Medio Ambiente. «Las pocas lluvias que hemos tenido -explica- han motivado que en las dehesas haya menos combustible, y el que hay se lo comerá el ganado, y que en el resto del territorio haya más desecación». «Puede ocurrir que algunas charcas y embalses no estén disponibles para que los medios aéreos carguen agua», apunta el responsable de la consejería, que precisa que el de Jerte no ha sido un incendio. «Han sido cinco», asegura. «El miércoles santo -detalla- surgieron tres por separado, dos de ellos se juntaron y se convirtieron en uno, y el sábado empezó otro en la zona de la garganta de los Papúos, y también otro en Tornavacas».

La burocracia

A la extensión de todos ellos ayudaron las condiciones meteorológicas, que ya antes de la Semana Santa hicieron que los responsables del plan Infoex se plantearan la posibilidad de declarar la época de peligro medio, una herramienta que lleva aparejada cierta burocracia. Es obligatorio avisar a los sindicatos con varios días de antelación, y no surte efecto hasta que no se publica en el DOE. Entre unos trámites y otros, la orden con fecha de 12 de abril no se publicó en el Diario Oficial hasta el día 18, cuando en las montañas de Jerte ya habían ardido varios cientos de hectáreas.

«La hemos declarado porque hemos entendido que era la mejor opción, y si el tiempo mejora, si llueve y bajan las temperaturas, podremos dejarla sin efecto y volver a la época de riesgo bajo antes de que arranque la de peligro alto».

Esta última comienza habitualmente bien el 15 de mayo bien el 1 de junio, en función precisamente de las previsiones meteorológicas y de cómo haya sido la primavera. Para la de este año, el dispositivo del plan Infoex presentará como principales novedades dos torres de vigilancia nuevas (ubicadas en Villanueva de la Sierra y Bienvenida), dos cocheras a estrenar en Vegas de Coria y Oliva de la Frontera, seis vehículos tipo pick-up con cisterna, y dos depósitos de agua en los términos municipales de Jerte y Tornavacas. Además, se arreglarán las que hay en Las Hurdes.

Será la segunda campaña en la que los bomberos forestales sigan el turno 2-2, que significa que trabajan dos días y descansan los dos siguientes. Ahora bien, en los dos días de trabajo, una vez que terminan la jornada laboral tienen que estar localizados y han de incorporarse a su puesto antes de treinta minutos. Según Comisiones Obreras, haber declarado la época de peligro medio es una decisión «adecuada y necesaria», dadas las condiciones meteorológicas y la reiteración de incendios. Eso sí, el sindicato hace ver que implica que «de un día para otro te cambien los horarios y las condiciones laborales, dejando a un lado todas las previsiones personales y familiares que podían tener los trabajadores para los próximos días».

Luis González, de Comisiones Obreras, recuerda demás que la administración tiene pendiente cumplir con el acuerdo firmado en mayo del año 2015, unos días antes de las elecciones autonómicas. En él, la administración se comprometía a reconocer la categoría de bombero forestal, que a día de hoy no existe (son peones de lucha contra incendios, auxiliares, etcétera). Han transcurrido casi dos años y el acuerdo no se ha llevado a la práctica, según la administración porque se firmó sin presupuestar los aproximadamente cinco millones de euros que hacen falta para que pase de ser un papel a una realidad.

Otro colectivo, el de agentes del Medio Natural, que también forman parte del operativo contra los incendios, ha mostrado igualmente su disconformidad ante el hecho de que no se haya diseñado un cuadrante que recoja las guardias de incendios que tienen que hacer estos profesionales que en determinadas situaciones tienen encomendada la tarea de dirigir las labores de extinción. Esa, extinción, es la palabra clave desde que se declaró la época de riesgo medio. La prevención pasa a un segundo plano y lo esencial ahora es apagar el fuego. Se hace estos días y se hará durante todo el verano. Eso es seguro, llueva o no.

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