

Encarni Colo tenía 12 años cuando comenzó a amasar sus primeros dulces. Sus padres empezaron a cocerlos hace casi seis décadas en el horno de Antonio Domínguez, ubicado en los soportales de la plaza de España, y posteriormente en el de Los Pollos en la travesía Pizarro.
Al salir del colegio ella ayudaba a su madre a cocer los dulces para llevarlos a casa. El destino quiso que con esa edad dejara los estudios para empezar a trabajar. «Al principio íbamos en casa de Nati la dulcera a por las rosquillas de alfajor, pero después la señora Tomasa Domínguez nos enseñó a hacerlas a mi madre y a mí», relata Encarni, que el próximo mes de marzo cumplirá 68 años. Al mismo tiempo fueron captando otras recetas. «Ubaldina Carrero nos enseñó la receta de los roscos de yema y los mantecados toda la gente sabía hacerlos, y así empezamos».
A mediados de la década de los sesenta, su padre, Prisciliano Colo, comenzó a suministrar los dulces que su mujer hacía con una mula y un carro. Llegaba hasta el barrio cacereño de Aldea Moret. Comercializaban por aquel entonces roscos, magdalenas y mantecados. Según dicen hoy sus hijas, «lo más sencillo de elaborar».
Así comenzó un negocio familiar del que todos en la casa formaron parte. «Había muchas noches que mi padre venía de Cáceres de vender los dulces a las nueve de la noche, y tenía en la calle a gente esperando para recoger la leche, y a esa hora él se ponía a ordeñar las vacas», recuerda Chon, otra de las hermanas, a la que le tocaba ir con un carro y la lechera a recoger la leche para llevarla al establecimiento y venderla. Ella siempre ha estado de cara al público, despachando los dulces y ayudando con el ganado.
En esos momentos su hermana Vale estaba en Madrid, pero al regresar el reparto pasó a hacerlo junto a su padre en un Renault Cuatro L. Vicenta es la cuarta hermana, quien se encargaba de elaborar las rosquillas y roscos con su madre.
Tiempo después su padre decidió instalar su propio horno en un establo que tenía en la calle Lobo, el mismo lugar que en unos días echará definitivamente el cierre. «Era un establo pero compró un tinao para las vacas y pudimos empezar aquí», añaden.
Al jubilarse sus padres, hace algo más de dos décadas, las hermanas decidieron quitar el gran horno de leña, realizado con piedras de cantería en su interior, y al que muchos casareños iban a cocer sus propios dulces, pagando por ello. «Se cobraba por kilo, era muy barato, se gastaba más leña de lo que se cobraba», recuerdan. A partir de ese momento, se dedicaron a comercializar los dulces que su hermana Vale elaboraba ya en su horno de Coria. Y así han mantenido la autenticidad de los dulces de Colo, endulzando los paladares de todos los casareños, y de muchos forasteros que antes de partir a sus ciudades se llevan los dulces como equipaje.
En estos años no sólo los dulces típicos han marcado a esta dulcería. La manga gitana se ha convertido en un manjar para muchos, gracias a la receta que Encarni creó hace años. «Leía libros de cocinas y entre unas recetas y otras ideé la crema de esta tarta», matiza. Una tarta que ha soportado incontables velas de cumpleaños, y que ha sido degustada en innumerables eventos de todo tipo. Sólo ella sabe darle ese toque especial a una tarta que se ha vendido durante años en la tradicional Mesa del Ramo. Durante estos años son también numerosas las tartas borrachas que han elaborado en esta dulcería. Ambas serán echadas de menos a partir de ahora.
Y con todos estos recuerdos en mente, Encarni y Chon, vacían estos días las últimas docenas de dulces de las estanterías que sus padres instalaron hace décadas para este negocio familiar. «Nos da mucha pena cerrar la dulcería, éramos unas niñas cuando comenzamos con este negocio, pero ya la edad pesa y ha llegado el momento», afirman las hermanas.
En este local queda aún la mesa camilla, con la piedra blanca, en la que su madre Antonia amasaba los dulces, junto a la que hasta hace pocos años ha permanecido sentada, viendo a la clientela entrar y salir.
La marca de dulces Colo continúa activa en el negocio de su hermana Vale, en Coria. «Hay gente que quiere seguir dando suministro de los dulces en el pueblo, pero no sabemos lo que pasará», zanjan.
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La Voz de Cádiz
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