Homenaje a un primo muy querido

Venía en su coche por la calle Larga. A unos treinta metros vi que era él con su sombrero calado, lo esperé en la puerta de Augusto Chiripa. Aflojó la marcha al verme, y acercándome a la ventanilla, le cogí el brazo como si no pasara nada:

---¿Cómo está mi primo Vicente?

¿Cómo quieres que esté...? "Resignao primo, estoy resignao"

---Pero Vicente, recuerda lo que decía abuelo Santiago cuando alguno de nosotros atravesaba un mal momento apretando los dientes. "Ni me rindo ni me entrego, me los como". Hay que seguir luchando, joder! no bajes los brazos.

Me miró lentamente, me hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa, dimos un par de pestañazos y no necesitamos decirnos nada más. El pudo decirme cuando arrancaba con la voz entrecortada "Estoy muy cansao....primo". Aceleró con suavidad y siguió la calle Larga abajo.

Estas fueron la últimas palabras que cruce con él.

Mis primeros juegos de niño fueron con él, entre las gavillas de escobas en la tahona de la calle Parra, mientras nuestros padres ya fabricaban el conocido pan de "Los Pollos", en una panadería abarrotada de hombres al calor del horno, esperando que dejara de llover en aquellos inviernos interminables de entonces. A veces jugábamos en el patio de "Bar Penene", vigilados por abuelo Santiago. Aquel era un lugar lleno de escondites para dos niños llenos de vitalidad y seguros al estar en el regazo de una gran familia. "Máxima, dale a los niños dos presinas de conejo". Tía Máxima, para los lectores más jóvenes, era la abuela materna de Vicente y preparaba el mejor conejo con tomate que yo he comido en mi vida.

Primo Vicente era tímido de joven, pero se reía mucho con mis "Chirivicadas". Imbatible en las matemáticas y ciencias en general, talento que heredó de su padre al igual que el mote. Pronto encontró la fórmula para despojarse de su timidez: hablar con bravura, ayudado de una voz inconfundible, también heredada de su padre, y con frases cortas, pareciendo un hombre duro, precisamente para ocultar la ternura que llevaba dentro. Lo hombres tiernos en mi generación en Casar de Cáceres cotizaban a la baja: había que ser duro, fumar tabaco negro, cuanto más fuerte mejor. El tabaco rubio era una mariconada, quien fumaba tabaco rubio era sospechoso, le faltaba hombría, era un flojeras... Había que decir "palabrotas" y cuanto más gordas más hombre eras, hablar recio y escupir por la mella de un diente...

Sólo los que conocíamos bien a primo Vicente sabíamos que era un gran hombre, tierno, testarudo y muy buena persona, desprendido y afable, que, casi sin quererlo, simplemente con tesón, -poderosa arma- consiguió cuajar una próspera empresa con la impagable participación y complementariedad de un hermano listo y carismático capaz de vender hielo a los esquimales o zapatos en Somalia.

A un hombre así sólo le podían pasar cosas buenas, por ello encontró como compañera a una gran mujer, equilibrada y serena, con la que tuvo tres hijos ejemplares que sabrán honrar el apellido que llevan, es fácil, lo traen de fábrica, la genética no les va a traicionar. Sus afectos transcendían el puro ámbito familiar. Todo el pueblo quería a Vicente Penene, jóvenes y no tan jóvenes.

Tenía una forma única de ser Madridista: quería tanto al Madrid que estaba permanentemente cabreado con ellos: entrenadores, jugadores, presidentes. Esta fue su gran pasión, verlo discutir con otros aficionados en la tahona sobre fútbol era un espectáculo, casi tan grande como ir al Bernabéu.

Querido primo, descansa en paz. Estarás siempre en el corazón silencioso de mucha gente.