Claudio Vidal.

Claudio Vidal

Nadie sabe tanto de crisis, y, sobre todo, de salir de ellas, como mi apreciado Claudio

antono cebrián 'el moreno'

Jueves, 29 de septiembre 2016, 10:38

Si el todo poderoso y brillante Mario Draghi, ese sabio italiano que tenemos al frente del BCE, conociera a Claudio Vidal, estoy seguro que lo hubiera fichado inmediatamente de asesor.

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Nadie sabe tanto de crisis, y, sobre todo, de salir de ellas, como mi apreciado Claudio. Ahora mismo, podría ganarse una pasta dando conferencias por el mundo explicando cuáles son las claves para superar situaciones complicadas.

Comenzó a trabajar siendo un niño. El hijo de tío José Vidal y la señora Herminia se fue un tiempo a Madrid para aprender el oficio y llegó al pueblo ya con un estilo propio. Nos trajo de la capital gestos que por el pueblo no se conocían, como por ejemplo, servir las copas de vino con energía, dando un golpe en el mostrador con el culo del vaso: toda una novedad. Era todo ritmo, destreza y seguridad. Se tenía el oficio "comprendio". Vino con un flequillo rebelde, rubio platino, que movía con unos enérgicos movimientos laterales de cabeza para colocarlo en su sitio. Lo hacía como nadie ¡Qué envidia! Mis pelos, rizos de entonces, eran inamovibles, no había forma... Todos los adolescentes de aquellos tiempos movíamos el tupé igual que el mítico conjunto de los sesenta: "Los Brincos". En el pueblo, Claudio era de los mejores realizando ese movimiento, solamente superado por Pepe "El Púa" y Quinito. Pero sin duda, el gran maestro de ese impulso lateral de cabeza, era el celebérrimo e incomparable Vicente Casares, con su trenca azul marino de botones de madera...¡Ay qué tiempos!

Me atrevo a definir a Claudio como un trabajador incansable y tenaz. Comenzó con su cuñado Fernando y después continuó de forma independiente en El Siglo, en cuyos soportales entrenaba conmigo golpes de boxeo (Un día me tiró al suelo por un puño en el estómago que recordaré siempre). Pasado un tiempo se hizo cargo de Bar Cáceres (hoy La Ronda) y finalmente en Casa Claudio donde hoy tiene su imperio.

Tantas horas trabajando de pie desarrollaron en él una forma "económica" de caminar. Ya nos dijo Darwin que la función hace al órgano. Bueno, pues Claudio, para aguantar tanto tiempo en la brecha, caminaba con los pies muy pegados al suelo, casi en patinete. Sus piernas se mueven sólo de rodilla para abajo, el fémur lo utiliza poco. Esto implica un mayor número de pasos, pero le sale rentable, consume menos combustible. Se ayuda con un leve, pero gracioso, braceo, con las palmas de las manos hacia atrás. Sus andares son parecidos a los de un novillero cuando se acerca a las tablas a por la espada de matar, le falta llevar la muleta arrastrando. Como digo, esto le permitía aguantar más horas que nadie.

Creó su propio marketing basándolo en la exaltación de los productos que cocinaba, él creía firmemente en la calidad que ofrecía. En muchas ocasiones, en La Ronda, íbamos un grupo numeroso de compañeros a comer o cenar.

--Claudio, iremos como unos doce o catorce. Ya sabes, dejo a tu elección el menú. Qué no falten las tencas, las ranas y esas gambas que tu preparas.

--No te preocupes Antoñito, déjalo de mi cuenta. Yo me encargo.

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Una vez en el restaurante y antes de servir los platos, se acercaba con cuatro o cinco gambas recién sacadas de la plancha, descubría por la pinta quién era el jefe entre

nosotros y le invitaba a degustarlas. El elegido tomaba la gamba en sus dedos. Se hacía un silencio absoluto en la mesa y mientras mi compañero, un poco nervioso por la responsabilidad, pelaba la gamba, Claudio, con una seguridad temeraria, decía: "¿a ver si ha probado usted alguna vez gambas cómo éstas?". Todos estábamos expectantes esperando el veredicto. Claudio tranquilo y con el gesto serio, le clavaba al elegido su mirada azul metalizada, mientras el hombre degustaba el manjar. El resto esperábamos un desenlace tranquilizador. El compañero, muy presionado por la situación y sometido a un severo escrutinio, terminaba confesando: "extraordinaria...exquisita". Todos nos relajábamos, menos Claudio, que, con el gesto muy serio, después de dar una vuelta sobre sí mismo bandeja en mano, decía con voz pendenciera y un poco rota: "éstas no las hay en toda España, me las trae a mí un amigo de Huelva que hizo la mili conmigo. Esta mañana venían vivas..." Había veces que se daba otra vuelta más, para decir: "lo que yo te diga a ti... Antoñito". ¡Impresionante! Igualito que los toreros cuando rematan la tanda con uno de pecho.

En toda trayectoria humana hay bueno y malos periodos. Globalmente el recorrido de nuestro amigo ha sido encomiable, pero hubo un periodo, que no fue corto, muy duro para él. Cualquiera en su situación hubiera tirado la toalla, fue una etapa muy difícil. Sólo la tenacidad y la perseverancia de este Crack consiguieron sacarlo de ese tremendo agujero negro. Siempre tuvo fe en sí mismo. Contó con el apoyo de toda su familia y de algunos amigos más -no muchos-. Todo lo que tiene se lo debe a sí mismo y a su tenacidad para crear uno de los negocios más prósperos de nuestro pueblo y que emplea a un buen numero de colaboradores. Aunque sea un secreto entre él y yo, también contó con la impagable ayuda de mi vecina La Virgen del Prado, ferviente devoto de ella y a quien siempre se ha encomendado en los malos y buenos momentos. Como cuando se quedó atrapado en el cieno de la Charca (por poco lo perdemos) lo sacaron cuando ya había desaparecido medio cuerpo. (Todavía no me ha explicado bien por qué coño se metió por ahí).

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Ya está felizmente jubilado, la empresa, que gestionan sus hijos, es la historia de un éxito. Ellos no deben descuidar la atención y el buen trato al cliente, seguro que su padre se lo recuerda todos los días. Por otra parte, esta segunda generación, ha incorporado mucho nivel al oficio. De su cocina salen platos de calidad contrastada, tienen claro que eso de la calidad es un arma con las que se termina venciendo siempre. Pero como digo más arriba, la calidad no siempre es todo.

Él va todo los días unos ratos (necesita combatir "el mono", no a José) y de un vistazo sabe lo que va bien y lo que no.

Por las mañanas sale a darse un largo paseo con su gorra, su mochila y sus auriculares, como si aquí no hubiera pasado nada. Al término de la caminata se pasa por la churrería de Vicente a comerse un plato de migas... que por lo visto, le vienen extraordinariamente bien para el corazón.

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Seguramente él nunca imaginó llegar donde ha llegado, pero las cualidades de este hombre: trabajo, perseverancia y mucha fe, han sido la lanzadera que ha permitido a sus hijos conducir hoy un boyante negocio.

Valga esta frase del irrepetible atleta Jesse Owens para extractar la vida de Claudio Vidal: "Todos tenemos sueños. Pero para convertir los sueños en realidad, se necesita una gran cantidad de determinación, dedicación, autodisciplina y esfuerzo".

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