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Una adoslescencia tortuosa: la traición de los Faunos

Una adoslescencia tortuosa: la traición de los Faunos

Entré en un terrible dilema; no podía estar con ella, pero no podía vivir sin ella. Yo era muy joven para perdonar esa traición

antonio cebrián 'el moreno'

Domingo, 29 de octubre 2017, 08:29

Se iniciaba la apasionante década de los setenta y José Antonio El Biombo portaba la imagen de un bello Johnny Depp del Casar. Vicente Casares ya reinaba en Los Faunos y José Mari Lancho conducía un Gordini Dauphine con graves problemas de estabilidad que, aunque no pasaba de 80, le dejaba marcada una curiosa expresión de velocidad en la cara (cejas levantadas) que sólo relajaba a la media hora de haber aparcado...

Por aquellos entonces, Franco envejecía sin remisión y arrastraba todos los abrigos que le ponían, ya no le salía la voz del cuerpo y llevaba la boca abierta como las cogutas en verano.

Valerio Durán, de impecable pelo a navaja y joven promesa de la Banca Española, hacía rugir su flamante R8 en la puerta de la discoteca Kinea, y yo, por dejar de oír a mi padre, opositaba para entrar en un Banco, mientras me enamoraba de la música de los Creedence Clearwater Revival ¡Qué tiempos...! en los que, sin ser consciente, abandonas la ingenuidad de la adolescencia y te conviertes en un joven idealista y rebelde que quiere comerse el mundo...

En aquellos años la relación de amistad que existía entre José Antonio Galán y yo era muy fuerte y simbolizaba el ejemplo más rotundo de lo que una persona puede llegar a estar comprometido con otra. La calidad de ese sentimiento sigue indemne, aunque nuestra amistad no sea ya tan frecuentada.

Pues bien, después de muchas vacilaciones, mi gran amigo decidió confesarme lo que, de forma accidental, vieron sus ojos en la discoteca Faunos.

--Antonio, tengo que decirte algo que no te va a sentar muy bien.

--Dime José ¿de qué se trata?

--La verdad es que he estado dudando mucho si te lo tenía que decir, pero creo que es mi obligación.

--¡Venga tío! No te enrolles.

--Se trata de XXX.

--¿Qué pasa con ella?

--El jueves pasado la he visto bailando con un tío en Faunos.

--No te entiendo. ¿Que la has visto bailando con un tío en Faunos? ¿Un jueves? ¡Ahhh! Tranquilo. Es que me dijo que era el cumpleaños de su primo y salían con algunos amigos a tomar algo para festejarlo. No pasa nada...

Mi amigo José Antonio, después de oír esto, se me quedó mirando en un silencio elocuente y con la cara muy triste, esperando que yo dedujera lo que tanto le costaba decirme. Yo también cambié el gesto y lo miré fijamente a los ojos intentando descubrir en su mirada lo que evitaba decir con palabras.

--Antonio, no estaba nadie con ellos... No sé porqué te diría lo del cumpleaños de su primo, quizás por si la veía alguien y te lo decían. Estaban bailando lento en la pista muy abrazados. Él la besaba en el cuello....No te puedes hacer una idea la indignación que me produjo ver aquello. He dudado mucho todos estos días sobre la conveniencia de contarte lo que vi y, aunque me parezca terrible y cruel, al final creo que no te lo puedo ocultar.

José, al verme sin poder respirar, me abrazó con todas sus fuerzas intentando tranquilizarme al tiempo que repetía ¡Joder, no he debido decírtelo! ¡Ha sido un error! ¡Perdóname Antonio! Pasados unos instantes rompí a llorar desconsoladamente. Intentaba contener mi llanto y no lo conseguía. Mi angustia era insoportable. Yo no estaba preparado para un bombazo así. Él, mejor que nadie, sabía que ella era mi vida, mi universo, mi razón de existir y temía que mi exagerada dependencia provocara un desenlace fatal. Nos quedamos hasta muy tarde por el Paseo esperando que se me pasara el sofocón. Nadie debía verme en aquel estado. Estaba hecho una piltrafa, me quería morir.

Pasaban los días y yo seguía debatiéndome entre mis penas y mis rabias, sin querer hablar con XXX y con el solo consuelo de José Antonio que iniciaba, junto Agapito, su carrera de medicina en Salamanca. Mi padre, que observaba mi evidente abatimiento, se lanzó a abordar el asunto en una tarde camino de Pozo Portales.

--Antonio, ¿Por qué no me dices qué te pasa?

--No me pasa nada, estoy bien.

--No me digas que estás bien, a mi no me la "metes". No se puede pasar de ser una persona alegre a estar todo el día como un "joío bujío". ¿Es por qué vas a entrar en el Banco? ¿O por algún problema con la muchacha con la que andas?

Yo caminaba a su lado con la cabeza gacha, mientras él esperaba con paciencia que le contara mis penas.

--Hijo, no me gusta verte así. A mí lo que más me preocupa es verte a ti preocupado.

Mi padre el hombre intentaba salvar la distancia generacional que existía entre nosotros y que sólo se acortó cuando alcancé la treintena. Justo en el momento en el que descubre y acepta que los hijos no tienen que ser necesariamente como los padres desean, y se empiezan a querer, admirar y respetar por como son. En los primeros años de juventud las diferencias generacionales ocasionan a veces fracturas insalvables.

--He roto con XXX. Se acabó, ya no salimos juntos.

Mi padre, intentando solucionar mi problema, salió con la artillería argumental de los padres en aquella época...

--¡Amos no me joas! ¿Un tío como tú, con los cojones y la cabeza que tienes te vas a preocupar por eso? En dos meses se te ha olvidao. Mujeres no te van a faltar.

--Padre, no lo entiendes. No quiero otras mujeres. La quiero a ella. En estos momentos no puedo pensar en otras.

--Tu déjate de estar así y piensa en el nuevo trabajo que has conseguido. En eso es en lo que tienes que pensar y lo que te tiene que preocupar. Ahora tienes diecisiete años déjate de ennoviarte. Ya tendrás tiempo pa to.

Mi padre era un determinista, se permitía pocas veleidades. Tenía un sentido muy práctico de la existencia, era tenaz y trabajador. Para él, el romanticismo era un estorbo, algo poco práctico. No es que no lo entendiera, sencillamente es que no tenía tiempo para esas cosas. Quería atenuar la vehemencia de mi brava juventud con la fuerza de su experiencia y determinación. ¡Qué no se debe perder el tiempo en tonterías que no sirven pa ná! Entendía que, lo aprendido por él en su proceso de maduración, me tendría que servir a mi sin necesidad de sufrirlo. En una especie de transferencia urgente de sus vivencias.

No le di más detalles de la ruptura, de haber sabido la razón que la produjo, su indignación hubiera sido monumental. Yo no estaba preparado todavía para oír insultos hacia XXX que no fueran mis propios insultos originados desde mi rabia.

¿Cómo había podido hacerme algo así? Me había dicho mil veces que era la mujer más feliz y afortunada de la tierra por estar a mi lado. Todos nuestros proyectos de futuro... al carajo ¿Qué pasó con los hijos que íbamos a tener? ¿Qué fue de nuestros viajes juntos? ¿Dónde fueron nuestros días en el campo disfrutando de la naturaleza? ¿Qué pasó con nuestra soñada casa en la Sierra de San Pedro?

Para mi ella lo representaba todo, era mi religión. Adoraba su carácter, su inteligencia, su gracia, su sensibilidad... Me destruyó completamente. Yo vagaba desnortado como un zombi. La vida para mí no tenía ningún sentido. En esos días se me pasaron por la cabeza pensamientos terribles, o bien quitarme de en medio o subirme a un tren en Cáceres y desaparecer de por vida.

Preguntaba una y otra vez a José Antonio si estaba seguro si la que vio en los Faunos era ella. Le pedí que me describiera la ropa que llevaba y, lamentablemente, no había dudas. Me detalló cómo iba vestida, incluyendo los zapatos. Toda esa ropa era conocida por mí. También le pregunté por el tío que bailaba con ella y no lo conocíamos de nada. Un tipo alto, mayor que nosotros y con pelo largo.

Entré en un terrible dilema; no podía estar con ella, pero no podía vivir sin ella. Yo era muy joven para perdonar esa traición. Un comportamiento así estaría siempre presente en nuestra relación. Quizás, a esa edad, me faltaba bondad y hombría para perdonar. Por otro lado, en aquella época, si eso se sabía, te pesaba como una losa social de por vida. Yo no era lo suficientemente independiente, necesitaba el reconocimiento y la aceptación del entorno social que me rodeaba. No era un héroe.

No podía prdonar a XXX. Pensé irme lejos, a otro país. Me sentía humillado. Le había entregado mi intimidad, mis sentimientos, mis proyectos, mi forma de pensar, mis risas, mis lágrimas, la narración de una vida juntos, mis sueños, nuestros sueños compartidos.

XXX, a través de su amiga, me enviaba notas desesperada. Quería verme. Ella no acertaba a saber qué me pasaba. No dio por hecho que yo sabía lo de los Faunos.

--Antonio, cariño. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no me quieres ver? ¿Qué ha pasado? ¿Qué te he hecho para que me hagas esto? Yo no puedo vivir sin ti, me paso todo el día llorando. Por favor dime algo...

Supe después que le pidió a José Antonio su mediación. Habló con él y le imploró su ayuda. Ahí fue cuando supo que fue vista en Faunos con aquel tipo. No tuvo más remedio que reconocérselo al tiempo que se le derrumbaba llorando de pena y vergüenza. Pero siguió rogándole auxilio para conseguir verme. Yo había decidido cortar a pesar de mi desgarro y deseos de verla. Mi pérdida de peso alarmó a mi madre "Que ojerosito y que malito estás, hijo mío". Esta era la muletilla en aquellas semanas.

Pasado un mes aproximadamente pasó algo inesperado. Su madre fue a comprar el pan. Eran mis últimos días en la panadería, ya estaba convocado para comenzar a trabajar en el Banco. La señora muy seria, y sorprendentemente amable, me saludó y me dijo que le gustaría hablar conmigo a solas. Yo estaba muy tirante, le dije que sí, pero no sabía dónde nos podíamos ver. Ella lo tenía todo preparado, se llevaba muy bien con la señora Nicolasa, vecina nuestra de la panadería. Me citó para el día siguiente a las 13h. Hablaríamos en el zaguán de nuestra vecina. Me dio tiempo decirle que únicamente hablaría con ella, no quería a nadie más presente.

Efectivamente, a las 13h del día siguiente, la madre de XXX me esperaba en casa de la amabilísima y educada señora Nicolasa.

--Hola Antonio, quería hablar contigo sobre la relación que mantenéis XXX y tú

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