Lucía Campón Gibello
Jueves, 29 de marzo 2018, 09:37
Lo que le sucedió a la vecina Antonia Barrantes Salgado, la que fuera ermitaña de la Virgen de La Soledad durante 54 años, no está escrito en ningún papel. Pero sí en la memoria de sus familiares, quienes aseguran que fue un auténtico milagro.
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Y pese a que no consta de forma oficial en escritos de la parroquia, ellos siguen recordando aquel momento en el que fueron testigos de la recuperación inexplicable de Antonia, quien tras un largo tiempo postrada en la cama volvió a caminar un día después de que la Virgen parara en la puerta de su casa, para que ella la viera desde la ventana.
Su hijo Saturnino, sus nietos Antonio, Soledad, Prado y Piedad, su biznieta de mayor edad Rosario, y sus tataranietos Carla y Francisco hablan de esta historia que siempre han tenido presente. Mi madre era ama de casa pero sin saber el motivo empezó a encontrarse mal y acabó en la cama, no podía caminar, mi padre la llevó a varios médicos y a un curandero y le dijeron que no sabían lo que tenía, que no le veían solución, cuenta Saturnino, el hijo ya octogenario de Antonia. Él y sus hermanos, Juan y María, estaban en plena infancia y la situación en la familia se volvió complicada.
Así que Antonia, que en aquel momento era una treintañera, decidió encomendarse a la Virgen de La Soledad. Lo hizo desesperada ante la situación tan crítica que atravesaba. Le pidió al cura que cuando la Virgen pasara por la puerta pararan para que ella pudiera verla y hacerle una petición, explican sus familiares. Y así fue, un Domingo del Calvario, cuando la Soledad pasa por la calle Nueva para el tradicional Viacrucis previo a la Semana Santa, paró frente a su casa, en el número 13 de la calle Nueva. La giraron, y mi madre la vio desde la ventana y le dijo si me curas te serviré toda la vida, recuerda Saturnino.
Según relata su hijo, al día siguiente de madrugada mi madre se levantó sola de la cama, empezó a decirle a mi padre que sus piernas no le dolían, y mi padre que estaba dormido le dijo anda que te estás soñando, pero en ese momento mi padre se dio cuenta de que su mujer estaba de pie y que comenzaba a andar por la habitación. Atónitos, sin dar crédito a lo que sucedía, llamaron a sus hijos, y los tres pudieron ver a su madre en pie.
La noticia se supo en todo el pueblo. Sus familiares lo fueron a contar a la parroquia. El cura de entonces no consideró que se tratara de un milagro y no lo dejó recogido en ningún libro, aclaran.
La vida le cambió a la joven mujer. Para la familia este prodigio fue su salvación. Y a Antonia sólo le faltaba cumplir con su promesa. Así se convirtió en ermitaña de la Soledad, una función que desempeñó de forma altruista hasta prácticamente sus últimos años de vida. Murió a los 87 años, en 1994, y como ya era mayor cualquiera de la familia íbamos a ayudarle pero siempre estuvo sirviendo a la Virgen, limpiando la ermita, vistiendo a la imagen, se encargaba de todo, explican.
A la familia de Antonia este suceso le viene más a la memoria en Semana Santa. Para nosotros fue un milagro pero no lo quisieron reconocer pese a que todo el pueblo se creía la historia, dicen.
Fue tal la fidelidad que Antonia profesó a La Soledad que custodió la llave de la ermita hasta su último día de vida. Murió con una estampa de La Soledad entre las manos, dicen sus nietos.
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Ella supo trasladar esa devoción a sus hijos, nietos, y biznietos. Para todos la Virgen de La Soledad es lo más grande, y varias mujeres en la familia llevamos su nombre, añaden sus nietas. Su nieto Antonio carga con la Soledad en el traslado de su ermita a la parroquia cada año. Mi abuela siempre me reservaba un brazo, cuenta.
Estos días arroparán, como siempre, a la Virgen que salvó a su querida Antonia.
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