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La festividad de San Blas está arraigada a varias tradiciones en la localidad. Las roscas de pan bendecidas, los cordones para prevenir el mal de garganta y el dulce más característico de estas fechas, el pirulí.
La casareña Emilia Sanguino es la única vecina que sigue elaborando este tradicional caramelo (con agua, azúcar y vinagre) para que no falten a la cita de cada mes de febrero por San Blas. Ella aprendió a hacerlos hace más de una década, de la mano de Maxi Espada. Y desde entonces no han faltado en los puntos de venta en los que se venden las roscas de San Blas o el día de su romería.
«Soy la única que los sigue haciendo, es una tradición que no podemos perder y me gustaría que mis hijas aprendieran porque si yo los dejara de hacer se perdería esta costumbre», cuenta Emilia. Estos días dedica las pocas horas que le quedan al día cuando sale del trabajo para realizar el máximo número posible de pirulís. «Los días que había tanta humedad me resultaba muy difícil hacerlos, pero aún así los donaré a la Hermandad para que los pongan a la venta», dice.
Este dulce, que se presenta en forma cónica envuelto en un papel y con un palito de madera, sólo se disfruta en la localidad durante la festividad de San Blas. Muchos vecinos los adquieren para disfrutarlos tras un año de espera o regalarlos a familiares y amigos.
Emilia también ha preparado varias docenas de dulces caseros para vender este sábado, junto a las roscas, una vez sean bendecidas por el sacerdote. El año pasado los dulces se vendieron en tiempo récord. Además de endulzar los paladares de los casareños, con este trabajo desinteresado se logra ampliar la colecta para los Santos.
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