José Antonio Granado
Este curtido ganadero tuvo claro, desde muy pequeño, con qué herramientas se tenía que defender en la vida: el honor, la palabra dada y el cumplimiento de sus compromisos.
Sábado, 27 de abril 2019, 18:11
En poblaciones de reducido número de habitantes, es relativamente fácil conocer a todos sus miembros, unas veces de forma individual y otra, desde el conocimiento colectivo de toda su familia. Cuántas veces oímos decir: En la familia de fulano son todos muy trabajadores, o en la familia de mengano son todos muy retorcidos. De tal manera que conoces al individuo por él mismo y por la familia a la que pertenece.
Un amigo mío dice, a propósito de esto, que: «a uno se le ve y se le conoce en los pueblos proyectado en una especie de fondo familiar». Para bien o para mal, eso siempre está ahí. Dicho lo anterior, en ocasiones, se nos pueden escapar trayectorias de personas muy próximas y no reparar suficientemente en su peripecia vital. Hoy quería reflexionar sobre el ganadero José Antonio Granado «Granao», como es conocido en Casar de Cáceres. Evidentemente, por limitación de espacio no puedo extenderme, y hay que trazar con brocha gorda una biografía plena de vivencias dignas de ser contadas: unas buenas, otras menos buenas y otras terribles.
Antes de entrar en esas vivencias observemos al personaje: Tiene un hablar de forma parsimoniosa, con calma y con un marcado acento del pueblo, que no es ni extremeño ni cacereño, es de El Casar. Va encadenando frases una tras otra, que más bien son sentencias y que, en ocasiones, pueden parecer advertencias. En sus diálogos da por sobreentendido cosas que no se dicen, que no es necesario explicar. A cada expresión le precede un corto silencio, que le sirve para cerciorarse de que, a lo que expresa a continuación, no le falta ni le sobra nada. Dice justamente lo que quiere decir. Sus andares son muy característicos, si lo ves caminar a los lejos, detrás de las vacas, por esos «descuajaos» de Dios, se te viene inmediatamente a la cabeza la música de Ennio Morricone.
Si, después de una conversación con él, se escribiera todo lo que ha dicho nos quedaría un código ético, una declaración de valores, una especie de contrato con la vida y con el entorno en el que él se desenvuelve. Es muy listo, porque es muy inteligente, unas veces se le nota y otras lo disimula muy bien, según requiera la ocasión. Sabiamente ha prescindido de la vanidad, sin duda, un signo de inteligencia práctica, porque hubiera sido fácil caer en ese pecado después de lo alcanzado a lo largo de su vida. Él posiblemente no sepa que, lo que sus experiencias y su oficio le han enseñado, se estudia en la Carrera Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, por que podríamos definirlo como un diplomático en estado puro.
Hombre de palabra
Este curtido ganadero tuvo claro, desde muy pequeño, con qué herramientas se tenía que defender en la vida: El honor, la palabra dada y el cumplimiento de sus compromisos. Este fue el legado de su padre. ¡Ah! y cuatro vacas suizas. A partir de ahí se dedicó, con decisión y disciplina, a su trabajo. Supo desde niño que no había otra salida. Contó con la impagable ayuda de su querido tío y magnífica persona «Floreldulcero», todo junto, como suena.
Mi amigo José Antonio y su bella hermana, cuatro años menor que él, quedaron huérfanos de madre y padre siendo unos adolescentes. Solo y con toda una vida por delante llena de incertidumbres y sacrificios, consiguió con determinación encapsular la tragedia y se puso a trabajar muy duro siendo un chaval. Mi padre le tenía un cariño especial a este muchacho, como él le llamaba, y le gustaba de él su tenacidad, su afán de superación y su capacidad de trabajo. Tengo que añadir que su padre y el mío fueron muy amigos.
Su vida es un ejemplo de superación, que es justo elogiar. Y que debería ser más conocida por jóvenes y no tan jóvenes casareños, todo ello, por si pudiera servir como referente, tan necesarios a veces. En ocasiones oímos ese lamento de que «todo está mu mal» , y, si algo estuvo mal, y lleno de fatalidad y desventura, fueron los comienzos de este titán. No tengo el dato concreto, pero es probable que en estos momentos posea una de las ganaderías más extensas de Casar de Cáceres. No dice nunca las vacas que tiene por no molestar. A veces los españoles somos muy dados a no reconocer el éxito de miembros de nuestra comunidad más próxima. «Nadie es profeta en su tierra» dicen que dijo Jesucristo. José Antonio comenzó alquilando tierras para su explotación ganadera, que terminó comprando, a veces sin que nadie lo supiera, también para no molestar, y sin presumir jamás de sus logros.
Muy trabajador
Hoy gran parte de su ganado pasta en tierras de su propiedad. Su modo de vida no ha cambiado, sigue haciendo lo mismo de siempre: TRABAJAR. No se permite ningún lujo, no le gustan, no los necesita. Hace lo que le gusta hacer todos los días. Los miércoles, desde hace años, se va a vender dulces al mercado franco (el corrector se empeña en ponerme franco con mayúscula…¡Que tendrá Franco!) Esto le sirve de distracción y para distraer a aquellos que creen que necesita lo que «saca» de los dulces. También aprovecha para echar un rato con los clientes. Sus coches dan mucha pena, llevan veinte años pasando la ITV con mucha dificultad, para ello, el día de la revisión, se presenta con la peor ropa que tiene y todo despeinado. Así, claro está, pasa la revisión cualquiera…el técnico se apiada de él.
Como he comentado más arriba, su vida es el claro ejemplo de que el éxito, en muchas ocasiones, se consigue partiendo de cero, de la nada, de la más absoluta desolación. Sólo a partir de ahí, sin nada que perder, porque todo está perdido, se desencadena una lucha titánica contra adversidad, y en muchas ocasiones, como es el caso de José Antonio, se le termina doblando el brazo a esa fatalidad convirtiéndola en una oportunidad. Hay personas que parecen conocer de antemano cuál debe ser su trayectoria y con una fuerza increíble caminan toda su vida con determinación hacia ese destino.
Por si este casareño ejemplar no hubiera luchado y sufrido lo suficiente en la vida, y cuando el horizonte y el de su familia aparecía gratamente despejado, el fatal destino «in misericorde» se vuelve a cebar con él de la peor manera posible, su hija Gemma se va de forma irremediable. Una joven brillante y llena de talentos y admirada por todo aquel que tuvo la fortuna de tratarla. Después de aquella estocada mortal, he visto a José Antonio como un zombi por esos caminos donde nos cruzamos, durante meses y meses, roto y desecho, con los ojos rojos y secos, sin más lágrimas que derramar. Convencido estoy que se iba al campo para estar solo y llorar su terrible dolor. «Antonio, ¿Qué sentido puede ya tener mi vida? ¿Para qué ha servido mi puta lucha en toda mi existencia?».
Este dolor le acompañará siempre, aunque, como en otras ocasiones, lo haya tenido que encerrar en su corazón. El destino de este gigante es la superación, la lucha contra los infortunios y la desdicha. No bajará nunca los brazos. Es importante que no pasen desapercibidos tíos de esta categoría. Su vida, su desafío frontal a la adversidad y su capacidad de superación son para mí un ejemplo.
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