

El Día Internacional de la Mujer se celebra este 8 de marzo con múltiples actos. Es ya una fecha señalada en el calendario para reivindicar los mismos derechos entre hombres y mujeres. Basta con mirar a quienes nos rodean para ver que son muchas las féminas que reclaman la igualdad a diario, con su dedicación y trabajo. Algunas de ellas se atrevieron con profesiones que, a día de hoy, siguen estando integradas en su mayoría por hombres.
Ejemplo de ello son las historias particulares de cuatro mujeres casareñas. Hace 25 años, Teresa Sanguino cogió la brocha por primera vez. Lo hizo unos meses después de dar a luz a su hijo para echar una mano a su marido en la empresa de pintura que regenta. Ella había trabajado siempre como limpiadora. «Empecé en fechas concretas a ayudarle y al final se convirtió en mi trabajo diario», manifiesta.
Teresa sabe que se cuentan con los dedos de las manos las mujeres que forman parte de este gremio. En todos estos años no se ha topado con ni una sola pintora de brocha gorda. «Según me dicen en los almacenes de pintura en los que compramos hay dos o tres mujeres que se dedican a esto como yo, a las que ni siquiera conozco y es verdad que nunca me he cruzado con ninguna», expresa.
Pese a llevar más de dos décadas sobre escaleras, andamios y grúas hay quienes le siguen preguntando si ciertamente ejerce como pintora. «La gente se sorprende, y me preguntan directamente si me dedico a esto», matiza esta casareña de 52 años. Ella siempre da la misma respuesta. Un sí del que presume porque además de gustarle el oficio, se trata de un negocio familiar. «Mi marido y yo somos un equipo, si algo no puedo hacer lo hace él, y al contrario, cada uno tiene sus funciones y me gusta más subirme a la cesta de una grúa que a un andamio, en la cesta me manejo sin problema», cuenta.
Por eso Teresa lanza un mensaje a todas las mujeres. «Hay que ser atrevida, da igual el oficio, si lo hace un hombre también lo puede hacer una mujer», apostilla. Asegura que en todo este tiempo y, salvo alguna excepción, siempre ha sido tratada con respeto por clientes y compañeros del oficio.
A sus 53 años, Teresa Andrada lleva prácticamente toda su vida vinculada al campo. A los 15 años ya realizaba tareas en la cosecha, sembraba y ataba alpacas. «Me encanta el contacto con la tierra, mi abuelo era labrador y siempre me ha gustado la agricultura», dice. Años después sus funciones las amplió a la ganadería.
Recuerda como décadas atrás «muchas mujeres ordeñaban a las vacas que tenían en casa y con la leche hacían quesos». Una práctica que quedó en desuso. Ahora lo habitual tampoco es que una mujer sea propietaria de una explotación ganadera. Pero ella se ha sumergido de lleno en un mundo en el que prima lo masculino. Para las labores diarias y el mantenimiento de su explotación cuenta con la ayuda de un hombre, y ella alterna esas tareas con toda la burocracia que eso conlleva.
A raíz de pertenecer al colectivo nacional 'Ganaderas en red' ha conocido la labor que realizan otras mujeres en este sector. Sin embargo precisa que en Extremadura conoce a pocas que se dediquen a esto, pero varios viajes que ha realizado a otras ciudades le han permitido conocer casos como el suyo.
Sabiendo de lo que habla, anima a otras mujeres a que busquen una salida laboral en este sector. «El campo no te deja mucho dinero pero te da para vivir dignamente, hay ayudas para la incorporación a la empresa agraria, ahora todo es más fácil», asegura. Eso sí, también destaca que es un trabajo sacrificado pero en el que «nunca he sentido indiferencia, siempre he estado bien valorada, en ningún momento he presenciado machismo ni he sido ninguneada, soy una mujer privilegiada», concreta.
Quienes se cruzan con Inma Pacheco en la carretera quizás tengan que parpadear dos veces para ver si han visto bien. ¿Era una mujer? Esa es la sensación que le queda a esta joven de 35 años que lleva ya casi cinco años al volante de una furgoneta de MRW. Es conductora y repartidora de mercancías en la empresa que regenta su padre.
En sus planes no estaba ocupar este puesto de trabajo, pero tras finalizar los estudios y verse en desempleo decidió probar suerte en este mundo. Así que no se lo pensó dos veces y se puso a hacer cientos de kilómetros cada día. Sus primeras rutas fueron a Lisboa. Desde hace dos años ya las realiza por Extremadura. «Cuando empecé no vi a ninguna otra mujer que repartiera por la zona, pero ya voy viendo a alguna chica como yo, con la que me cruzo por la carretera», narra.
A esta alturas, aún hay quienes se extrañan de verla en este puesto, y se atreven a preguntarle cómo lleva lo de conducir una jornada completa diaria. «Siempre les digo lo mismo, que es algo que te tiene que gustar, al principio cuando iba a Portugal se me quedaban mirando con caras de sorpresa, les asombraba ver que una chica fuera la que llegara con la mercancía», dice. A día de hoy aún percibe esas miradas extrañas cuando se cruza con gente por los pueblos extremeños. Una mujer al volante de una furgoneta, cree que deben pensar muchos. Nada más lejos de la realidad.
Inma además de conducir su ruta diaria se encarga de descargar la mercancía correspondiente. «Hay veces que algunos hombres me han ofrecido ayuda para descargar, se han ofrecido a echarme una mano pero saben que normalmente puedo con todos los bultos y rara vez pido ayuda», cuenta.
Según dice esta joven casareña, su experiencia en este sector es positiva y no ha sido testigo de ningún tipo de discriminación, ni de trato ni de salario. «La empresa MRW cuida mucho todo lo relativo a inclusión laboral tanto de mujeres como de personas con discapacidad, y en algunas plataformas a las que voy cada vez hay más mujeres mozas de almacén por ejemplo», relata.
Por el momento no se ha planteado dejar la carretera. Se siente a gusto siendo conductora y repartidora de mercancía, y cree que es un puesto que muchas otras mujeres podrían ocupar. «Se puede desempeñar sin ningún problema», añade.
Como sus paisanas, Gema Díaz, de 38 años, ha experimentado algo que muchas mujeres no conocen. Lleva cuatro años en la cerrajería de su marido. «Estuve once años en una quesería de la que me despidieron tras la baja maternal, tres años en supermercados y al final lo dejé y empecé a ayudar a mi marido en el taller con todo el papeleo pero ya hago de todo», resalta.
Ahora su trabajo es amplio, y lo mismo corta hierro, que lo pliega, le da forma y lo pinta. «Es un trabajo duro porque coges mucho peso, y también es arriesgado por el tipo de herramientas que se usan», detalla. Pero ella es una más a la hora de salir del taller y hacer las instalaciones que sean necesarias.
Mujeres en este gremio también escasean. Son poco visibles. «Para llegar aquí hay que tener ganas porque no es un oficio fácil pero a la vez me permite la conciliación familiar y si un día tengo a mis hijos malos y tengo que ir al médico no tengo que dar explicaciones porque trabajo con mi marido», apunta.
Son ejemplos de mujeres que han buscado una salida laboral en profesiones que están repletas de hombres y en las que, tal y como cuentan, han sabido hacerse un hueco, siendo respetadas, lejos de cualquier prejuicio. Ellas mismas han decidido lo que quieren ser.
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