Lucía Campón Gibello
Sábado, 21 de noviembre 2015, 15:34
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Un día en cada casa. Así es venerada la capilla de la Virgen del Prado, una imagen pequeña de escayola cobijada por tres paredes de madera, rodeada de flores de plástico y visible tras un cristal, y donde también se deja ver su nombre en una pequeña chapa y un Ruega por nosotros.
Las capillas de la patrona casareña van de hogar en hogar. Algunas fueron adquiridas por vecinos en propiedad, y otras se comparten en barriadas y calles. Una treintena de vecinas de Las Eras acogen esta imagen en sus hogares. Tienen asignado un día, y tras permanecer 24 horas en una casa, se cede al siguiente vecino. Un hábito que se realiza en cadena hasta el último día del mes. Así vuelve a comenzar la ronda de bendiciones. Durante el día de estancia las familias dejan una limosna a la Virgen. Con ese dinero se favorecen algunas necesidades del pueblo, de ermitas o iglesias, e incluso, se realizan misas por los difuntos de las familias. En un lateral de la capilla reza el siguiente texto para las necesidades de los pobres con los que está ella.
Es una imagen que ha recaudado mucho dinero en todos estos años, también hemos donado algunas veces alimentos para Cáritas, explican las vecinas.
Antonia Carrero ha sido siempre la encargada de gestionar esta capilla, pero su familia busca ahora a alguien que le suceda en este cometido. Hace más de veinte años la pequeña imagen llegó a esta barriada. Fue Don Jaime quien las trajo y nosotros nos quedamos con una y todas fueron bendecidas en San Bartolomé, dicen. Cada vecina invirtió 3.000 pesetas.
En la barriada vecina de Las Malvinas sus vecinos acogen a Santa Lucía. Costó 30.000 pesetas. La idea de traer a la abogada de la vista al barrio surgió de María de los Ángeles Tovar. Tras la operación de la vista de mi marido comenté a la gente en la calle que iba a comprar esta imagen y muchos vecinos quisieron también, cuenta. Se mandó a pedir a la capilla de Santa Gema Galgani de Madrid, y llegó al barrio el 28 de febrero de 1991. Así lo confirman los documentos de la compra que aún se conservan en casa de esta vecina. Las limosnas depositadas se destinan también para las misas de los familiares fallecidos o la reparación de la capilla.
Otra de las imágenes de Santa Lucía lleva en la calle Larga 20 años. Discurre por 27 casas no sólo de ésta vía sino de Barrionuevo Alto, Las Eras, El Santo, Sanguino e Hipanoamérica. Antes había 30 familias pero han ido falleciendo y sus familiares no han seguido la tradición, dice la encargada de esta capilla, Soledad Muñoz.
En el otro extremo del pueblo, en casa de Modesta Rey Andrada, esta costumbre se ha vivido desde niña. En casa de mi madre siempre ha estado la Virgen de Fátima, recuerda esta devota que tiene en su haber tres capillas. La primera que adquirió fue la de Santa Lucía. Lo hizo en Barcelona, por la fe que depositó en esta imagen al tener a uno de sus hijos con problemas en la vista. Hay mucha gente en mi familia con problemas de vista y me empezaron a decir que por qué no se la dejaba sacar y así empezó a ir por otras casas, relata esta vecina de la calle Barrionuevo. Luego despertó su devoción por Santa Gema. La compró por 10.000 pesetas. También cobija en su casa a San Benito y San Blas.
A esta vecina se le viene a la memoria la frase que antaño se decía al recibir a las capillas en la casas. Virgen milagrosa, Virgen singular, bienvenida sea a este humilde hogar. Por el contrario, en la despedida los vecinos recitaban: Adiós capullo de rosa, adiós capullo florido, que te vas de nuestra casa, que te vas para otro nido, si no nos volvemos a ver, en la hora de mi muerte en mi cabecera esté.
La tradición de las capillas se remonta a muchas décadas atrás, y llega a sumar varias generaciones. La Sagrada Familia era de la abuela de mi cuñada Felisa, asegura Modesta. Sin embargo el interés por este ritual religioso va en decadencia. La gente joven ya no quiere continuar conservando las capillas, aseguran muchas vecinas. Y en ocasiones cuesta sacarlas a otros hogares.
La Soledad, San José, Santa Rita o La Milagrosa son otras de las imágenes que desde hace años se hallan bajo el techo de numerosas familias. A día de hoy no existe un recuento del número de capillas que transitan por las calles y se albergan en los hogares casareños. Hablan de varias docenas. Una práctica religiosa que bendice, sin duda, buena parte del municipio.
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