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El cuarto de rescate.
Historias del Perú: El cuarto del rescate

Historias del Perú: El cuarto del rescate

El trujillano Francisco Pizarro realizó una proeza increíble y que muchos historiadores llevan analizando desde que se produjo

antonio 'el moreno'

Domingo, 24 de enero 2016, 20:30

Dos horas estuve sentado en la gran piedra de granito que deja ver el "Cuarto del Rescate" en Cajamarca, donde el emperador Atahualpa estuvo prisionero seis meses antes de ser ejecutado por Pizarro y sus hombres. Dicho cuarto fue la medida que Pizarro utilizó para cifrar el rescate del Inca: un cuarto de apenas 12x6x3 que una vez repleto de oro garantizaría la libertad al gran emperador de la Civilización Inca. Pero, y a pesar de las promesas, en junio de 1533 fue ejecutado a garrote después de ser bautizado. De no haber aceptado el bautismo hubiera sido quemado en la hoguera por hereje. ¡Terrible historia!, dura, cruenta, salvaje pero inevitable para arrebatarle, en un tiempo record, el poder a una de las castas más poderosa de todos los tiempos en la América precolombina. Unos años antes, su paisano Hernán Cortés hizo lo mismo para dominar el imperio azteca. Algún historiador apunta a que Cortés fue la inspiración de Pizarro.

Al final de mi estancia en el Cuarto del Rescate, sentado en el fresco granito, pasó ante mí un profesor acompañado de una veintena de alumnos adolescentes, en visita educativa y explicando con bello acento peruano: "Aquí fue donde los salvajes españoles encerraron y dieron muerte a nuestro último emperador Atahualpa, cuyos dominios ocupaban dos tercios de América del Sur, no sin antes haberse apoderado de todo el oro de nuestro imperio, llenando hasta el techo el cuarto que veis delante de tan valioso tesoro". Comprendí una vez más que la historia es distinta según del lado que te toque vivirla.

Siempre me fascinó la sagacidad y el arrojo de Francisco Pizarro, ese extremeño que después de bajar costeando desde Panamá hasta Tumbes -ciudad al norte de El Perú- (unos 1.700 Km), se encaminó, Andes arriba, hacia la ciudad de Cajamarca. Le acompañaban unos 60 hombres a caballo y 110 a pie. La distancia a cubrir entre Tumbes y Cajamarca es de unos 700 Kilómetros, increíble distancia si se observa la ruta jalonada por los abruptos escarpados de una de las cordilleras más duras del planeta. No obstante, el impulso irrefrenable de este Trujillano, alimentado por las informaciones que llegaron a Panamá: "un vasto imperio donde sus habitantes lucen ropajes engalanados con pesados adornos de oro" -El Dorado, pensó Pizarro- y que le confirmaron algunos nativos en el desembarco al norte de El Perú, le hicieron armarse de arrestos y emprender el durísimo camino hacia Cajamarca, para acometer una de las empresas más arriesgadas de la conquista de América.

Pizarro ya no era tan joven, pasaba de los cincuenta, el más viejo de toda la expedición. Convengamos que esa edad, en el siglo XVI, era muy avanzada, teniendo en cuenta la esperanza de vida en aquella época.

Llegaron a Cajamarca en Noviembre de 1532. El Inca Atahualpa les esperaba sin ninguna inquietud, en las inmediaciones de la ciudad. Pizarro y su reducida tropa, aunque bien armada, acamparon en la plaza, ocupando las edificaciones colindantes a la misma. Del otro lado Atahualpa se hacía acompañar con un ejército de 30.000 hombres, esa diferencia numérica impedía sospechar lo que al día siguiente ocurrió.

Efectivamente, en uno de sus recorridos ceremoniales, el emperador se dirigió a la plaza de Cajamarca, subido en andas y rodeado de sus fieles guerreros. Los soldados de Pizarro contemplaban aquella procesión medio ocultos desde los edificios colindantes. Al parecer Atahualpa y su ejército pensaron que no salían por temor al ver tan imponente ejército. En un momento dado, el clérigo Valverde, que acompañaba la expedición de Pizarro, se dirigió hacia las andas de Atahualpa y le hizo el Requerimiento Real, una especie de fórmula legal, haciéndole saber que debía obedecer a su gran señor el emperador Carlos V al tiempo que le entregaba una biblia como libro sagrado de su religión. Atahualpa ojeó el libro, no entendió nada y lo arrojó al suelo con desprecio. Ese agravio fue decisivo: Atahualpa previno a su ejército y los soldados de Pizarro hicieron sonar inmediatamente el estruendo de la artillería. La desbandada del ejército del Inca hizo el resto, asustados y aplastados por los caballos de los españoles y acuchillados por las espadas toledanas de la infantería, la masacre se consumó. En ese caos de terror y miedo, en que los españoles eran expertos, Pizarro evitó que Atahualpa muriera, fue hecho prisionero y conducido a El Cuarto del Rescate y allí estuvo seis meses mientras su pueblo acarreaba grandes cantidades de oro en joyas hasta llenarlo, según lo convenido entre Pizarro y Atahualpa. Se calcula que alcanzó la cifra de once toneladas de oro, que fue fundido para facilitar su transporte. Pizarro y sus lugartenientes sospechaban que si dejaban en libertad al Inca la venganza no se haría esperar y deciden dar muerte al gran Atahualpa como medida de salvación, no sin titubeo y dolor por parte de Pizarro, pues la relación entre el Inca y el español, después de seis meses, gozaba de una razonable simpatía. Y esta es la dura historia que acabó con la vida del último emperador Inca, como digo más arriba. Asimismo, se logró la prontísima dominación de todo un imperio centenario, con alta tecnología en la construcción de sus ciudades, en la irrigación de sus cultivos y en una poderosa organización política descentralizada, pero muy eficaz.

Para establecer una medida del tiempo utilizado en tamaña proeza, Pizarro es asesinado en 1541 en Lima, nueve años después de llegar a Cajamarca, por ello, me llama poderosamente la atención la brevedad con la que un reducido número de arribistas españoles (9 años), en ocasiones despiadados y justificando las masacres en nombre de Dios y del Emperador, dominaron tan vasto territorio. Para que nos hagamos una idea hay que sumar el actual Ecuador, gran parte de Colombia, El Perú actual, Bolivia y gran parte de Argentina y Chile. Prácticamente unas diez veces la extensión de España. El prestigioso historiador peruano Enrique Tord, experto en ese periodo y la sucesivas épocas del virreinato, me comentaba en Lima tras una de sus conferencias, que fue una gesta irrepetible, llena de luces, pero con muchas sombras, como ha ocurrido a lo largo de la historia del ser humano.

Esta historia apasionante del de Trujillo, no acabó aquí; resuelto lo de Cajamarca se encaminó hacia El Cuzco, pero eso será objeto de otro artículo.

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