

Lucía Campón Gibello
Lunes, 26 de septiembre 2016, 16:44
Tras permanecer casi diez días en el municipio, ayer la patrona de los casareños regresó a su santuario del paraje del Prado. Fue a las 11.00 horas cuando, ataviada con su vestido beig, el más característico y que denominan el del pueblo salió de la parroquia portada por devotos para ser trasladada hasta su ermita.
Era su día de fiesta, el de la romería en su honor. A las 13.00 horas el sacerdote Luis Vidal ofició la misa en el campo. En el altar principal también estaban los representantes de la Cofradía de la Virgen del Prado, cinco matrimonios que se encargan de la organización de los actos de la patrona.
La ermita se quedó pequeña ante la gran presencia de devotos que quisieron formar parte de este encuentro. En esta ocasión el coro rociero Nayela regaló a la Virgen su presencia en esta celebración religiosa. Sus canciones acompañaron la misa, y realzaron con sus voces los momentos más especiales del acto.
En esta romería la Virgen no salió en procesión, ya que sólo se hace el Lunes de Pascua. Tampoco se pujaron los brazos como es tradición cada primavera. Durante todo el día estuvo rodeada por los vecinos, un ir y venir de gente que querían rezar, mirarla o tocar su manto.
Ya a mediodía los alrededores de la ermita estaban repletos de coches, de tenderetes con mesas y sillas camperas. Los casareños escogieron sus lugares para pasar un día agradable en compañía de familiares y amigos. El buen tiempo acompañó toda la jornada. Los más tempraneros se quedaron con la sombra que propiciaban las frondosas encinas. Pequeños y mayores disfrutaron de este encuentro, en el que apenas hubo presencia de feriantes ni puestos ambulantes.
Los aficionados a los caballos hicieron el recorrido en grupo desde el pueblo hasta la Virgen. Hubo quienes hicieron paradas en el camino, aunque es una práctica que en los últimos años ha ido quedando en desuso, y la gente opta directamente por instalarse en el entorno de la romería.
Cada grupo vivió el día entre risas y tertulias, formando corrillos, con abundante comida. Un grupo de amigos celebraron los siete cumpleaños del mes de septiembre. Cantaron y cantaron el cumpleaños feliz a las puertas de la ermita. Y brindaron con champán porque la ocasión lo merecía. Somos siete los que hacemos los años en este mes, decían mientras soplaban las velas pinchadas en varias piezas de pasteles. Y mientras los padres charlaban y jugaban a las partidas de cartas, los niños se divirtieron escalando peñas o jugando en la pequeña charca, a la vista de sus padres.
En el bar de los ermitaños se concentró durante todo el día un buen número de personas, donde no faltaron los bailes y los buenos momentos entre paisanos.
Con la puesta de sol, los vecinos se despidieron de una larga jornada campera en honor a su patrona hasta el próximo año.
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